sábado, 4 de julio de 2009

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. La tendencia a homogeneizar las prácticas religiosas en un
ambiente relajado se refleja en este tipo de construcciones. Estas sinagogas eran abiertas
e incluyentes, a ellas podían entrar todos los judíos independientemente de su grado de
religiosidad, son un ejemplo claro del estilo tradicionalista
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que caracterizaba la
religiosidad comunitaria. En ellas se realizaban eventos como las bodas o las fiestas
mayores del calendario hebreo, con gran cantidad de asistentes. Muchas de ellas contaban
además con salones de fiestas para las celebraciones y actividades sociales de sus
miembros. Cuando a fines de los cincuenta los judíos de la capital se empezaron a
trasladar a la Colonia Polanco construyeron ahí también grandes sinagogas cuyaPage 12

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arquitectura refleja el perfil urbano, cosmopolita y moderno de una comunidad cuya
prosperidad es ya evidente. Espacios como el Templo Maguén David de los halebis, Bet
Moshé de los shamis y Bet Itzhak de los ashkenazitas son muestra de ello.
Hasta este momento todas las sinagogas eran de rito ortodoxo y dependientes de
instituciones comunitarias establecidas, incluyendo las sinagogas fundadas en la
provincia (Monterrey, Guadalajara y Tijuana). No obstante, en este período surgieron dos
sinagogas no ortodoxas y autónomas. Se trata de Bet Israel, formada por miembros
norteamericanos judíos en 1957, y Bet El, organizada en 1961 y cuyo perfil de público es
tradicionalista principalmente de descendencia ashkenazita
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. Ambas agrupaciones se
consideran las más modernas, abiertas y tolerantes y están hasta hoy integradas en el
concierto comunitario con representación en el Comité Central.
Desde la década de los setenta, este perfil religioso comunitario empezó a cambiar, a
pesar de que se siguieron construyendo hermosas sinagogas en Tecamachalco y Bosques
de las Lomas y otros espacios residenciales a donde se trasladaron los judíos de la tercera
generación. A partir de esos años se empieza a vislumbrar una tendencia hacia un mayor
particularismo religioso, principalmente en la Comunidad Maguén David. Con la
influencia del sefaradismo ultra-ortodoxo israelí, de las yeshivot norteamericanas de
Jabad Luvabitch donde se formaba el personal religioso y de los rabinos argentinos
contratados por las comunidades, se experimentaron cambios importantes en la
religiosidad. Surgieron pequeños lugares de rezo (midrashim, kolelim o yeshivot),
dependientes o no de algún sector comunitario, que implementaron estilos litúrgicos
mucho más rigurosos, que caracterizan a los ultra-ortodoxos. Las figuras rabínicas se
multiplicaron e influyeron en la organización de la vida cotidiana de las familias que los
siguen. Su actitud hermética y contra-aculturacionista hacia el mundo, la defensa de lo
que consideran como auténticamente judío y la creación de organizaciones paralelas
internas para resolver las necesidades de sus miembros, han hecho de estos pequeños
lugares de rezo, comunidades dentro de comunidades.
La pluralización y pulverización de las ofertas religiosas han transformado las
configuraciones religiosas de una parte de la comunidad. Es importante mencionar que se
trata de no más del 15% de los judíos mexicanos y que se localiza en un sector
comunitario específico; la mayoría (más del 70%) de los judíos siguen definiéndose a síPage 13

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mismos como tradicionalistas. Las transformaciones religiosas experimentadas por un
sector importante de la comunidad halebi (alrededor de 40% de las 2500 familias que la
componen), han tenido un impacto profundo en la dinámica de las familias, pues el
seguimiento de nuevas disposiciones provocan rupturas y distanciamiento al darle mayor
importancia al cumplimiento de los preceptos religiosos que a las reuniones con los
parientes. Este fenómeno es común en las conversiones religiosas, en este caso de judíos
tradicionalistas a judíos ultra-ortodoxos (Teshuvá) y genera tensiones sociales que
tienden a acomodarse con el tiempo.
Lo interesante es que se ha transitado de un modelo plural en la generación de
inmigrantes a otro más homogéneo en la segunda y a otro más con un mayor número de
movimientos religiosos diversos en la tercera generación. Estas transformaciones
coinciden con los cambios en el entorno nacional y mundial, y suceden en el contexto de
la reconfiguración económica, política, social y cultural por la que transita México en su
inserción hacia la globalización. En este contexto, las identidades se reconstituyen y los
valores culturales se relativizan, afirmándose la tendencia al particularismo por un lado y,
por otro, la opción del pluralismo.

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